Si yo fuera más disciplinada, avanzaría más

Se siente el peso en la cabeza de los días que pasan,
se siente frustrado esa lista de metas escondidas en algún cajón.

A veces, es como un reloj sin manecillas
marcando solo en mi mente el paso del tiempo,
diciéndome, una y otra vez, que si fuera más constante, más precisa, avanzaría.

Lo veo ahí, ese deseo,
enredado en lo profundo,
mezclado con las dudas, los sueños no resueltos,
como si en cada intento de acción
se desvaneciera una parte de mí misma.

La disciplina:
Esa palabra que a veces pesa como el mundo
y otras, brilla como una promesa.

Es el pulso que marca cada acción en el día,
es saber que, pase lo que pase,
habrá una línea firme, un lugar seguro
donde poder apoyarse.

La disciplina no es solo cumplir;
es construir un hogar de pequeños compromisos,
una estructura invisible y amable,
que da forma a todo lo que quiero.

Y cuando no está…
Es un vacío que se siente entre las costillas,
un mapa sin ruta,
la sensación de que los días se escapan entre los dedos.

Sin disciplina, mis metas se desdibujan,
como niebla al amanecer,
dejándome siempre al borde de un camino que nunca arranca.
Es esa inquietud que late en el fondo,
como un recuerdo de lo que podría ser,
si tuviera la voluntad de ser constante.

Porque en el fondo lo sé:
No es la rapidez lo que me falta,
sino ese acuerdo interno, esa fuerza suave
que me recuerde que cada paso importa,
que en cada acto de disciplina
hay un avance, una promesa cumplida
a la persona que quiero ser.

4 perspectivas que me han ayudado a cultivar la disciplina

En el pasado, veía la disciplina como una carga pesada, algo que había que hacer por “responsabilidad.” Me sonaba a reglas, a “tengo que hacerlo.”

Pero ahora, y también muchas mujeres que acompaño, encontramos que verla como un pequeño ritual diario hace que todo cambie. Convertir una acción en un acto consciente, casi sagrado, crea un vínculo íntimo con cada paso, por pequeño que sea.

Imagina la disciplina como un ritual sagrado, no como una obligación.

¿Qué pasaría si esos rituales fueran tu forma de honrar tus sueños?


1. Elige palabras que eleven tu energía y reflejen tu esencia.

Mucho del peso de la disciplina se disuelve cuando encuentras palabras que resuenen contigo.

Para mí, “dedicación” y “creación” abren un espacio que va más allá de la rigidez. Cambiar el lenguaje, cambia la energía.

Reemplaza la “obligación” por palabras que te inspiren y conecten contigo. Notarás cómo aligeran cada paso y te acercan más a tu propósito.


2. Celebra cada pequeño avance como si fuera un logro top

En lugar de esperar a “llegar” para reconocer tu esfuerzo, convierte cada pequeño avance en una celebración. Recuerdo cómo cambiar esta mirada me trajo paz. Tenía una pizarra con papelitos con el nombre de cada mes y ahí iba escribiendo todo lo que iba haciendo y para mí era importante. Al final de mes era mucho lo que había hecho, no solo reforzaba mi autoestima, sino que me hacía sentir agradecida de ir por el camino correcto.

Cada día, observa cómo te sentiste y permítete un pequeño agradecimiento. Esto transforma la disciplina en un viaje donde el presente cobra vida, y no solo el destino.


3. Practica la “disciplina intuitiva”: fluye, sin dejar de avanzar.

Nos han enseñado a pensar en la disciplina como algo rígido, estructurado. Sin embargo, desde que yo y muchas mujeres la experimentamos de una manera intuitiva y alineada con nuestro ritmo, fluir ha sido parte esencial. La clave está en avanzar cada día con cariño y compasión, en aceptar los días buenos y los no tan buenos, y en no dejar que el “todo o nada” apague nuestra llama interior.


4. Explora la disciplina desde el autoconocimiento

La disciplina puede ser también un acto de descubrimiento. Muchas de las mujeres que acompaño encuentran que cuando se abren con curiosidad y observan sus avances y tropiezos, la disciplina se convierte en autoconocimiento y un hábito de amor propio.

Pregúntate: ¿qué me regala la disciplina?

Al verlo como una invitación para descubrirte, encontrarás nuevos caminos en tu viaje hacia ti misma.

Con amor y al fin con alas,

Farida.

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