Esto no es solo miedo.
Es una mezcla de voces,
una que me anima y otra que me calla,
una que sueña y otra que se esconde en el silencio.
Es el peso de mil ojos,
ojos que no sé si existen,
pero que imagino mirándome, evaluándome,
ojos que no me ven, pero yo siento.
Es un espacio pequeño en mi pecho,
donde se alojan mis dudas,
un rincón donde el “qué dirán”
se convierte en una especie de eco persistente.
Es mi piel, sensible al juicio,
al posible rechazo,
es un latido acelerado que me detiene,
como si la idea de fallar pesara tanto.
Aquí, en este rincón de mis pensamientos,
mi voz se debilita,
mis ideas se acortan,
y me pregunto si vale la pena
si es prudente o si es solo un impulso.
¿Es tu voz o es la voz de los demás?
La verdad es que van a pensar de ti, lo mismo que seas capaz de pensar sobre ti misma.
Nos consume la idea de agradar, de encajar, de proteger esa parte de nosotras que «se ve bien allá afuera», y nos olvidamos de que el valor de lo que tenemos que ofrecer no depende de lo que otros piensen. Sentimos la carga de una perfección que nadie nos ha pedido, pero que aun así nos imponemos.
Nos dispersamos entre el miedo y el deseo de ser vistas, entre la inseguridad y el impulso de aportar algo valioso. Este conflicto interno nos debilita, nos hace dudar y aplaza nuestros sueños una vez más.
A veces creemos que el temor a mostrarnos es nuestro, pero, ¿y si esa inseguridad viene de los ecos de otros? Nos convencemos de que el juicio de los demás es un riesgo real, como si sus opiniones fueran capaces de decidir nuestro valor. ¿Cuánto de tu silencio es realmente tuyo y cuánto es un reflejo de esos pensamientos prestados? Nos adaptamos tanto a las expectativas externas que olvidamos cuáles eran las nuestras. Y así, postergamos la oportunidad de mostrar quién realmente somos.
Ejercicio de autoconfianza: liberar la voz genuina
Toma un papel y escribe esas frases que te dices cuando piensas en compartir algo tuyo.
Hazlo sin filtro, como si fueras otra persona observando tu diálogo interno.
Después, pon cada frase en perspectiva:
¿cuáles de esas dudas suenan como algo que alguien más te diría?
¿Qué frases son solo miedos disfrazados de consejos?
Cambia la voz en cada línea: «yo no puedo» por «yo me permito», «me van a juzgar» por «me muestro como soy».
Léelas en voz alta y escucha cómo cambian las palabras. Este ejercicio no es para que elimines el miedo, sino para que identifiques cuál es realmente tuyo y cuál no.
La verdadera solución no es eliminar las dudas, sino abrazarlas.
Aceptar que el miedo es parte del proceso, que cada paso que damos hacia mostrarnos es un acto de valentía. Podemos aprender a escuchar nuestra voz sin juzgarla, a compartir lo que somos sin el peso de las expectativas ajenas. Al hacerlo, encontramos una nueva fuerza, un empuje natural que no pide perfección, solo autenticidad.
¿Qué pasaría si dejaras de imaginar qué piensan los demás?
Imagina lo que podrías hacer si esa preocupación se esfumara, como una sombra que pierde fuerza. Reflexiona sobre lo que te aportaría vivir desde tu voz más honesta, sin los filtros del juicio imaginado. Este camino no se trata de vencer el miedo, sino de dejar de necesitar la aprobación. Porque, cuando eres tú quien elige, cuando tu autenticidad es el motor, todo lo demás se acomoda: la confianza, el coraje y esa voz que llevas dentro, esperando ser escuchada.
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