Siento que voy más lento de lo que me gustaría

Siento que el reloj no para,
como si fuera mi enemigo,
mi piel sudando, la espalda pesando,
el cuello tirante, como si todo estuviera apretado.

El reloj corre y yo no llego.
Me miro, y hay una vocecita,
la misma, que aparece cuando menos la espero:
“¿Por qué no vas más rápido?”
“¿Por qué haces y no avanzas?”

Me repito a mí misma,
me detengo, tomo agua,
pero la presión no se va.
Es como una nube que me cubre,
como una manta que pesa,
y me paraliza.

Cada paso es una maratón,
pero no es mi maratón.
Me he puesto un ritmo ajeno,
como si tuviera que correr todo el tiempo,
como si el proceso fuera inmediato.

Y entonces, todo empieza a girar más rápido,
como un vórtice de dudas,
de “debería ser más rápido, más eficiente, más…”.
Pero sé que hay algo ahí.
Algo que no puede apresurarse,
algo que se me escapa y se esconde.

¿Y si no se trata de correr?
¿Y si solo se trata de ser?
Quizá el reloj no es el culpable,
tal vez solo es cuestión de preguntarme:
¿qué es el ritmo?

Quizá el ritmo no es una carrera,
ni un destino a alcanzar.
Quizá el ritmo es el susurro del alma, de mi cuerpo, mis sentires,
el paso que se siente, el compás de lo que soy y lo que dejo ser.

El proceso no tiene que ser rápido, tiene que ser tuyo

Paradógicamente, mientras más prisa le metas al proceso, más te aleja de como quieres el resultado, porque la prisa que se nutre de la espera de que te validen afuera, en realidad, te aleja de ti misma.

Esa vocecita que te dice: «lo que haces no es lo suficientemente rápido», que te recuerda que «no llegas a los estándares que has imaginado» y además te pregunta, “¿por qué no avanzas como los demás?”, te estanca y mucho.

Esa voz no se va sola, eso es lo peor, allí se queda, como un eco lejano, pero constante.

Y si eres honesta, sabes que a veces te atrapa, te paraliza, te hace dudar de ti misma.

Te has puesto un ritmo que no te pertenece, como si el tiempo fuera tu enemigo, como si el proceso de crear tuviera que ser inmediato. Y lo sabes, no es así. Pero las voces externas e internas, esas que susurran que lo que ofreces no es lo suficiente, a veces se hacen demasiado ruidosas.


1. La velocidad no es una medida que te encaje

Piensa por un momento:

Si lo que estás creando no sale desde tu propio ritmo, ¿realmente está conectado contigo?

A veces nos apresuramos tanto a cumplir con expectativas ajenas que olvidamos que el verdadero trabajo es dejar espacio para que lo que queremos surja de nosotras mismas, de lo que realmente somos, no de lo que deberíamos ser.

2. no se trata de «hacer más», y sí de «ser más»

Es fácil caer en la trampa, de querer que todo se resuelva rápido, de esperar una solución que llegue de inmediato. Pero si te permitieras dejar de luchar contra el tiempo, si te dieras permiso para avanzar a tu propio ritmo, podrías darte cuenta de algo muy importante: no se trata de «hacer más», sino de «ser más»

Cuando dejamos de forzar el ritmo y aceptamos que cada paso tiene su tiempo, la creación se vuelve más fluida, más natural.

Todo eso que tienes para ofrecer, lo que sabes, tu voz, tu ser, no puede apresurarse. No se trata de hacer más en menos tiempo, sino de conectar profundamente con lo que realmente quieres ofrecer.

Permítete reconocer que tu proceso es valioso tal como es, incluso si no avanza al ritmo que desearías. Cada paso que das tiene su razón. Cada pieza de lo que creas lleva consigo una esencia única, y esa esencia no puede apurarse.

No está mal si no sigues el ritmo de otros; no hay un camino correcto para todos, solo el tuyo propio.

3. La autenticidad surge en tu tiempo, no en el de otros

La verdadera fluidez viene de ser coherente con quien eres. Cuando tus creaciones están alineadas con tu identidad, el proceso se vuelve más natural. Pero esa identidad no surge de la prisa ni del apuro por llegar. Surge de la reflexión, de la quietud, del espacio que te permites para ser tú misma.

El momento en que dejas de luchar contra tu propio ritmo, es cuando dejas que tu voz se escuche de forma auténtica, sin filtros, sin comparaciones.

Y, entonces, lo que quieres aportar a los demás se convierte en algo más real, algo que resuena no porque sea perfecto, sino porque es verdadero.

4. Hoy te invito a experimentar el «soltar la prisa«

Hoy, no te pido que aceleres nada, ni que encuentres soluciones inmediatas.

Solo te invito a reflexionar: ¿Qué pasaría si dejas que todo fluya a su propio ritmo?

Si, por un día, pones en pausa la necesidad de «hacer más» y te permites conectar con lo que ya está allí, esperando salir de ti.

¿Qué pasaría si aceptas que tu ritmo no es un obstáculo, sino una forma auténtica de crear?

Hoy, toma un paso hacia tu propio proceso. Y cuando lo hagas, hazlo sabiendo que no hay prisa.

Y cuando el miedo se disfrace de «debería ser más rápido», pausa, escúchalo, y date cuenta de que la prisa no es sinónimo de valor. Estás descubriendo tu propio ritmo y eso es maravilloso.

Con amor y al fin con alas,
Farida

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